lunes, 27 de septiembre de 2010

La Maîtresse-en-titre

La maîtresse-en-titre era la favorita principal del rey de Francia. Era una posición semi-oficial que traía consigo, la mayor parte de las veces, un título nobiliario y muchos beneficios económicos; el primero de ellos era la obtención de sus propios apartamentos en el palacio real. El título como tal comenzó a ser usado durante el reinado de Henri IV de Francia y continuó hasta el fin del Ancien Régime.


Luis XIV y su corte en los jardines de Versailles


Las más notables amantes reales se dieron a partir del reinado de Carlos VII, con Agnès Sorel, luego siguieron Francisco I (Anne de Pisseleu d'Heilly), Enrique II (Diana de Poitiers), Carlos IX (Marie Touchet), Enrique III (Veronica Franco), Enrique IV (Gabrielle d’Estrées) y Luis XIII (Louise de La Fayette), hasta culminar con el dorado período de Versailles, Luis XIV (Olympe Mancini, Louise de la Vallière, Mme. de Montespan, Mme. de Maintenon y otras muchas), Luis XV (Mme. de Châteauroux, Mme. de Pompadour, Mme. du Barry y otras muchas) y Luis XVIII (Zoé Talon).


En la Francia monárquica nunca tuvo peso la idea de un legítimo poder femenino. No existía ninguna disposición legal para que una mujer –hija de rey- pudiera heredar el trono. Y, en cuanto a consortes reales, eran mayormente extranjeras y, por lo tanto, profundamente bajo sospecha. Sin embargo, lo que se negaba oficialmente a las esposas de los reyes se concedía en abundancia a las mujeres que ocupaban el puesto de mâitresse-en-titre.


Agnès Sorel, amante de Carlos VII


Durante la gloria del poder absolutista, entre los siglos XVII y XVIII, hubo un selecto grupo en el que la más deslumbrante fue Madame de Pompadour. A lo largo de los veinte años en que llevó ese título, lo mejor de la cultura francesa emergió de su munificencia o bien fue a golpear a su puerta. No fue, sin embargo, la única en estimular las artes. De las siete grandes amantes de Versailles, solo una fue profundamente, si no tercamente, mediocre en sus gustos. Ella fue Madame du Barry, la última mâitresse-en-titre de Francia, quien escapó a Inglaterra antes de la Revolución solo para regresar en su apogeo y, como es lógico, terminar en la guillotina. Las otras se enorgullecieron de su papel como benefactoras de las artes. Racine y Moliére, los mejores dramaturgos del siglo XVII, fueron solo dos de los muchos que debieron su éxito no a Luis XIV, sino a sus amantes. Y, si bien es cierto que un número de artistas de segundo nivel también recibieron estímulo, debe recordarse que las favoritas pertenecían a una clase que se consideraba por encima de la experiencia burguesa.


Madame de Pompadour, sin embargo, fue una mujer excepcional en este sentido. Pese a haber conquistado a la aristocracia, no pertenecía a ella. Nunca ocultó el hecho que su familia era de la clase media. Su educación, por tanto, era diferente a la de sus pares. Conocía a muchos escritores e intelectuales antes de su elevación a mâitresse y entre sus mejores amigos estaba el filósofo Voltaire, a quien apoyó y promovió pese a que enfureció al rey haciendo cosas que un cortesano no se atrevería, como tomarlo del brazo o interrumpir su conversación. Pero fue el dominio de la Pompadour desde su posición antes que de su salón lo que impresionó a Versailles.


Veronica Franco, amante de Enrique III


Se esperaba que la mâitresse-en-titre cumpliera una serie de funciones claramente definidas. Cada hora que pasaba tenía un propósito. Cuando no estaba divirtiendo al rey, había cientos de requerimientos que responder, planes que ejecutar y resultados que liquidar. Bajo la mirada del monarca, Versailles era un aterrador y competitivo escenario donde la honestidad y la bondad constituían raras y exóticas cualidades. La aristocracia soportaba incluso un miserable alojamiento en palacio porque la alternativa significaba ser un paria social. Los nobles eran poco menos que siervos vestidos de seda y, detrás de las reverencias y cortesías, sostenían una lucha a muerte por el favor del rey.


Desde que el poder real, es decir, el acceso al soberano, dependía no de la Reina sino de la mâitresse-en-titre, todo Versailles revoloteaba alrededor de la Amante Real como abejas en una colmena. Durante el tiempo que estuvo junto al rey fue el foco de atención, constantemente halagada, constantemente importunada y constantemente en peligro de sus enemigos. Las normas que regían Versailles eran en exceso estrictas. Como toda sociedad cerrada, se nutría de matices que eran una segunda naturaleza para los iniciados y escondían trampas para los incautos. Era el colmo de las malas maneras, por ejemplo, usar el familiar “Tu” en lugar del formal “Vous” delante del rey. Esposos y esposas, hermanos, viejos amigos, todos tenían que dirigirse unos a otros como si fuera la primera vez.


Madame de Montespan, amante de Luis XIV


La etiqueta real era tan complicada que la presentación de Madame de Pompadour en la corte requirió varios meses de preparación. La indumentaria, el caminar, las reverencias, incluso la elección de sus palabras: en cada minuto de acción dependía toda una vida de ridículo. Sabiendo esto, el rey Luis envió a dos hombres de confianza a fin de que la instruyeran para su llegada a Versailles y el enseñasen el protocolo, incluidos los cientos de reglas, maneras, gestos, frases y réplicas que tendría que estudiar y practicar hasta que estuviese lista.


Sin embargo, no era suficiente que la mâitresse supiera cómo comportarse, era vital que entendiera la ley del más fuerte de Versailles y actuara en consecuencia. Una de las predecesoras de la Pompadour, Madame de Montespan, la más extravagante de las amantes de Luis XIV, clasificaba las personas difíciles enteramente a través del trato a todos los de Versailles como si estuvieran debajo de ella. Si bien fue exitosa esta manera de actuar, tuvo el efecto de unir a todos sus enemigos. Esperaron a que se volviera vulnerable y fueron recompensados con un sórdido escándalo que la envolvía en la brujería y rumores de envenenamiento. La Montespan fue implicada –al parecer había tratado de comprar una poción que haría infértil a la reina- y el rey fue forzado a despedirla de la corte.


Madame de Maintenon, amante de Luis XIV


Mme. de Pompadour no temía imitar a la Montespan, aunque exhibió un poco más de tacto que su fiera predecesora. En lugar de insistir a que los invitados se mantuvieran de pie en su presencia, por ejemplo, que era una costumbre reservada solo para el rey y la reina, ella simplemente eliminó todas las sillas. Solo una vez alguien le demostró que advirtió su engaño. El marqués de Souvré se sentó sobre el brazo de la silla de la Pompadour, remarcando, “parece que todas las sillas se han perdido”. No obstante, la gente le perdonaba estas pequeñas muestras de pomposidad porque era la más bienintencionada y generosa de las amantes de Versailles que hubieran conocido.


Para esas mujeres, no solo era imperativo estar à la mode; la cortesana exitosa tenía que sobresalir entre las damas elegantes de la corte. No podía permitirse ser aburrida. Merced a su sentido de la oportunidad tenía que estar unos pasos por delante. Tal vez por eso las grandes mâitresses fueron conocidas por crear estilos: Mme. de Pompadour era tan hábil a la hora de modificar los diseños de sus modistas que entró en la historia de la costura y las llamadas grandes horizontales del Segundo Imperio siguieron su ejemplo, marcando el estilo en París.


Madame de Pompadour, amante de Luis XV


Las amantes reales siempre han sido acreditadas con demasiada influencia sobre el monarca o con ninguna en absoluto. Durante mucho tiempo Mme. de Maintenon, la única mâitresse-en-titre en quien se intercambiaron los roles y se convirtió en la esposa del rey, fue acusada de animarlo a revocar el Edicto de Nantes en 1685. Este final de la tolerancia oficial al protestantismo llevó a un éxodo en masa de hugonotes a Gran Bretaña. Sin embargo, la verdad es que Maintenon, quien había nacido protestante, era culpable de inactividad antes que de instigación. Pero lo que no está en disputa es que ella tenía un sistema por el cual los ministros la visitaban antes de ver al rey. Así ella podía hacerles saber sus deseos a fin de que los nombres o las opciones presentadas a Luis ya estuvieran predeterminados. El rey no tenía idea y simplemente pensaba cuán afortunado era tener una compañera que estuviera de acuerdo con él en todos los temas.


La espectacular transformación que operaba en la vida de una mujer elevada a amante real llevaba a que la educación de clase formara un ingrediente esencial en su formación. Madame du Barry, quien experimentó un ascenso imparable de grisette (trabajadora de la confección) y a veces prostituta hasta convertirse en la favorita de Luis XV, hablaba francés mucho mejor que la Pompadour. Dado que esta última había sido educada por su familia burguesa, hablaba en la corte un francés pasable, pero puesto que su lenguaje obrero era enteramente inaceptable, la du Barry se vio obligada a aprender la gramática de la clase alta, que era mucho más correcta que la de su predecesora. El rey le arregló un casamiento con el hermano de Jean du Barry, lo que le otorgaba respetabilidad y, sobre todo, dado que le permitía ostentar el título de condesa, facilitaba su introducción en la corte. Luis le diseñó un escudo de armas y ella pronto se trasladó a las habitaciones que había encima del dormitorio real, las mismas que había ocupado la última Delfina.


Madame du Barry, amante de Luis XV


Ser amante real hizo de ella una mujer muy poderosa. Se sabía que fue quien dictó a Luis la carta en que éste le decía a su hermano, a la sazón rey de España, que no se arriesgase a entrar en guerra con Inglaterra por las islas Malvinas. También logró derrotar a su enemigo Choiseul, a quien el rey despidió y que se vio obligado a exiliarse en el campo. En el otro extremo su buen amigo, el duque de Aiguillon, fue nombrado Ministro de Asuntos Exteriores gracias a su intervención. En la cima de su poder, el salón de la du Barry estaba colmado de peticionarios, incluidos muchos de los fermiers généraux que le pedían ayuda o querían explicarle su opinión sobre varios asuntos de Estado.


El que la mâitresse-en-titre tuviese tanto poder debió hacer que más de uno se sintiera amenazado. Pero lejos de objetarle nada, durante ese período el rey parecía ansioso de pasar más tiempo con ella. Una mujer que, desde su más temprana juventud, fue consciente del formidable efecto que ejercían sobre los otros su belleza y su encanto debió ser capaz de entender las responsabilidades del rey, la mayor parte del tiempo rodeado de admiradores adulones, y simpatizar con ellos. Que los amantes hayan tenido esa experiencia en común seguramente influyó en su fuerte atracción mutua. El encanto de la amante real ha sido descripto como una forma peligrosa de poder. Sin embargo, raramente se admitió la fuerza con que los hombres poderosos son atraídos por las mujeres poderosas.

Madame du Barry recibe a sus amigos en el Château Louveciennes


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